Hace un par de meses escribí sobre la motivación para meditar, sugiriendo que la meditación como la enseña la tradición budista, la cual es a fin de cuentas el origen del movimiento mindfulness (con sus diferentes aplicaciones seculares), no tiene como fin meramente relajar al individuo y mejorar su performance. Lo anterior es parte de una serie de efectos colaterales y condiciones que permiten establecer una práctica meditativa, pero no es el objetivo. El objetivo de la meditación budista, tanto en la tradición theravada como en la mahayana, es la sabiduría. No se trata de ser mejores y seguir participando en un mundo ilusorio de manera ventajosa, sino de encontrar la verdad y liberarse de la ilusión.
Recientemente pude confrmar esta noción durante las enseñanzas que impartió en la Ciudad de México el maestro budista Dzognsar Khyentse Rinpoche, hijo del maestro Thinley Norbu Rinpoche y nieto de su santidad Dudjom Rinpoche, quien fuera algo así como el Dalai Lama de la tradición nyingma, la más antigua del Tibet. Dzongsar explicó que la meditación tiene como fin llevar a la verdad, esta es la función esencial de meditación, ninguna otra ya que ésta comprende a todas. En otras palabras meditar debe de ser una práctica que conduce al dharma (dharma es una palabra que tiene múltiples significados, pero aquí se refiere fundamentalmente a las enseñanzas del Buda y al mismo principio de verdad). La verdad para los budistas tiene que ver fundamentalmente con tres de las enseñanzas del Buda: la impermanencia de todas las cosas (anicca), la insatisfacción del samsara (dukkha) y la ausencia de existencia inherente (anatta). Ésta última es igual a comprender la vacuidad o la naturaleza ilusoria del mundo (en otras palabras, el mundo es como un sueño, una proyección de la mente).
Para quien medita dentro de la tradición budista la mejor forma de medir su progreso es analizar qué tanto en su vida cotidiana ha logrado entender y experimentar estas nociones, esto no sólo desde una perspectiva intelectual (se ha dicho con lucidez que el más grande reto del camino espiritual es trasladar las nociones del intelecto al plano de la experiencia). Un ejemplo, si un meditador ha practicado vipassana, entonces deberá de haber comprendido profundamente la impermanencia de todas las cosas por lo cual más que medir su capacidad meditativa con cuánto tiempo logra pasar sentado meditando en un estado de absorción, relajación, etcétera, podrá ponerlo a prueba en cómo reacciona ante los eventos cotidianos que para otras personas comúnmente suponen una afectación emocional. Un meditador no debe perder su ecuanimidad ante insultos, elogios o accidentes. Lo mismo aplica para la noción de la vacuidad o ilusión, si el mundo está vacío o es como un sueño, sería completamente contradictorio que un meditador tomara las cosas muy en serio y perdiera esta misma ecuanimidad reaccionando ante los sucesos contingentes. Cuando uno descubre que está soñando --lo que se conoce como un sueño lúcido-- entonces los objetos del sueño dejan de provocar aflicción, pierden, por así decirlo, su poder de causar sufrimiento ya que el soñador sabe que no existen más que como proyecciones de su mente.
Ahora bien, esto es una manera de probar los resultados de la meditación para un budista, pero no todas las personas que meditan son budistas. El Dalai Lama y numerosos otros maestros han promovido la meditación incluso cuando se hace en un contexto secular, reconociendo que de todas maneras tendrá beneficios, si bien es probable que no sean tan profundos y transformadores para la mente. ¿Entonces cómo podemos medir el progreso de un meditador que no cree o que no conoce los fundamentos budistas? De la misma manera sólo que eliminando las tres nociones planteadas aquí: impermanencia, insatisfacción y vacuidad o no-yo). Así, podemos medir el progreso no tanto en el incremento de la concentración, la claridad de la mente o demás (todos los cuales son buenos aditamentos que existen en correlación a una transformación más profunda), sino en la ecuanimidad con la que una persona reacciona ante eventos cotidianos, algunos de los cuales pueden ser sorpresivos y aparentemente inconvenientes. Paz, tranquilidad, compasión, pero fuera del cojín. Si un meditador dice poder alcanzar estados de absorción meditativa y pasar horas meditando pero ante la primera de cambio se enoja o alberga emociones como la envidia y el odio, entonces su meditación no es muy buena todavía.
La otra forma para medir esto es con una equivalencia del dharma, que, para la tradición occidental, según Alan Wallace, es lo que los griegos llamaron eudaimonía. Este es el principio de bienestar sostenible, que se diferencia del hedonismo, el cual es bienestar meramente efímero. La eudaimonía tiene que ver con tener una vida llena de significado y propósito, inclinado hacia la profundidad de la existencia (los griegos llamarían esto una vida con y desde el alma). Esto es algo que la meditación también debería de estar produciendo en nosotros, una inclinación a las cosas que verdaderamente tienen significado, liberándonos de la enajenación de lo fútil y banal, al hacernos mentalmente resistentes a la plétora de estímulos irrelevantes con los que está construido el andamiaje de la vida moderna. ¿Qué es lo verdaderamente significativo? Eso es lo que descubre la meditación al cultivar la sabiduría. Para el budismo esto sería evidentemente el dharma, una vida con conocimiento de la naturaleza de la mente que conduce naturalmente a liberarse del sufrimiento. Para una concepción secular existen valores que trascienden el tiempo --como la honestidad, la compasión, la amistad, etc.-- y que todos intuimos que son importantes pero que realmente no nos adherimos a ellos hasta que no experimentamos su verdad internamente.
Como conclusión, la mejor forma de medir el progreso de nuestra meditación es en lo que se llama no-meditación, todo el tiempo que pasamos fuera del cojín, tiempo que eventualmente debe de ser igualmente lúcido, claro, relajado, ecuánime y demás que el tiempo que pasamos en el cojín. Una continuidad sin mayores sobresaltos. Los místicos cristianos decían que la vida entera debería ser una oración, esto es lo mismo que decir que la vida entera debería de ser meditación.
Twitter del autor: @alepholo