Un reciente meta-análisis determinó que en diez años el índice de trastornos por déficit de atención e hiperactividad ha aumentado el 43% en Estados Unidos. Esta cifra es casi escandalosa y algunos la desestiman como un resultado de la histeria colectiva y la connivencia entre las farmacéuticas y los médicos que empujan ritalina y otros fármacos multimillonarios. Igualmente se dice que el sólo hecho de que esta enfermedad esté tan difundida colectivamente hace que niños antes hubieran sido clasificados como vagamente distraídos o dados a la contemplación hoy sean seriamente medicados. Seguramente hay un poco de cierto en todo esto, pero me parece que también se puede habla, aunque sea en menor porcentaje, de un problema real de falta de atención. Como sociedad estamos distraídos y tenemos problemas de concentración. Las marcas y las compañías de tecnología han descubierto que la atención de los consumidores es la divisa del momento y que puede ser manipulada y capitalizada. Nuestra incapacidad de poner atención no sólo afecta nuestra productividad, afecta nuestro bienestar colectivo e inidvidual. Si no sabemos estar altertas y tranquilos, observando lo que sucede, no nos damos cuenta que nos estamos enfermando o que estamos poniéndonos en peligro como planeta e individuos. Por ejemplo, distraídos por lo que nos sucede cotidianamente no alcanzamos a ver que estamos destruyendo el ecosistema, o a poner seriamente atención, pensando que esto es algo que ocurrirá algún día pero no nos compete nosotros.
El periodista científico Daniel J. Levitin sugiere que nuestro déficit de atención tiene que ver con nuestro consumo de tecnología de manera esencialmente fragmentaria y la siempre creciente exposición a pedazos de entrenimiento y publicidad que buscan capturar nuestra atención. Nustros gadgets, por ejemplo, funcionan como una navaja suiza de multimedia que lo hace todo y que nos conecta con todos todo el tiempo, sin descanso, recibiendo un raudal de estímulos que reclama nuestra atención, pero a ráfagas, por rebanadas, permitiéndonos navegar la realidad sin ejercitar nuestro poder de concentración. El resultado de nuestro perpetuo involucramiento con nuestros aparatos intermitentes, es que vivimos en un casi constante "multitasking", dedicando pequeños periodos de atención a diversas tareas. Antes, por ejemplo, dedicábamamos dos horas a ver una película, una hora a leer, una hora a comer y así sucesivamente, sin interrupciones mayormente. Hoy todo está entrecortado por actualizaciones y pequeñas comunicaciones con nuestros aparatos, a veces utilizando múltiples de ellos al mismo tiempo. El mismo formato de Internet, en el que navegamos en múltiples ventanas y leemos sólo encabezados y "snacks" de información también favorece una atención dividida. Podemos hacer muchas cosas a la vez superficialmente pero ninguna profundamente.
Earl Miller, neurocientífico del MIT, señala que "nuestras mentes no están hechas para el multitasking", de hecho cuando las personas piensan que están haciendo múltiples tareas al mismo tiempo, "en realidad están apagando y prendiendo de una tarea a otra" y pagando un costo por este frenesí (apagar y prender un automóvil, por ejemplo, gasta más gasolina que mantenerlo sólo prendido). Cambiar de foco, prender y apagar para cambiar de tarea, explica Levitin, tiene costos metabólicos, hace que nuestro cerebro consuma sus nutrientes, la glucosa que necesitamos para mantenernos en una tarea. Esto hace que pese a que cada vez realizamos menos tareas físicas en nuestro trabajo el ser humano moderno está cada vez fatigado, nuestra jornadas nos dejan exhaustos, pese a que no nos hemos movido de una silla.
El eminente psicólogo de Harvard William James escribió hace cerca de un siglo: "Ya sea que la atención llegue como genio o logro de la voluntad, entre más se atiende un tema evidentemente más maestría se logra. Y la facultad de comandar una atención divagante una y otra vez es la raíz misma del juicio, el carácter y la voluntad... Una educación que aumente esta facultad sería la eduacación por excelencia".
Me parece que James, como gran conocedor de la mente, diagnóstico la cura a nuestro malestar moderno cien años antes. Hoy en día este remedio nos viene por vías de Oriente. El gran estudioso del budismo tibetano, el Dr. Alan Wallace habla de, paralelamente a la epidemia de desatención, una necesaria "revolución de la atención". En su libro "The Attention Revolution", en el que introduce la ancestral técnica de meditación budista "shamata" (o "samadhi") sugiere que una tradición de por lo menos 2,500 años, que nos viene de la India, ha cultivado una "ciencia" interna de la atención, con probadas disciplinas que podrían "prevenir y tratar el déficit de atención"...proveyendo "métodos para mantener la atención en la vida diaria, y aumentar el performance en las actividades profesionales, la a salud física y el bienestar emocional". Una serie de método ligados a la observación de la mente y la respiración --el "mindfullness"-- que para los más avanzados pueden también "refinar la facultad de atención a niveles inimaginados e inexplorados por el mundo moderno... especialmente valiosos para aquellos que buscan penetrar los misterios de la mente". El famoso autor del concepto de "inteligencia emocional", Daniel Goleman, sugiere que la meditación samadhi, "ofrece una cura potencial a la discapacidad crónica que se ha convertido en la norma en la vida moderna". Estudios científicos avalan esta hipótesis de que la meditación ayuda a combatir el déficit de atención.
Si seguimos con este "orientalismo", esta mirada a las tradiciones del quietismo y el cultivo del ser de las tradiciones místicas de Oriente, por qué no seguir adelante y tomar también de estas culturas la idea de la salud como algo esencialmente preventivo (esa genial tradición en la que se pagaba al médico una mensualidad por mantener sanos a la familia y una vez que se enfermaba uno se le dejaba de pagar, se me ocurre, aunque sería implausible en el capitalismo moderno). Así al menos, la meditación practicada tempranamente parece ser el mejor antídoto a esta tendencia a fragmentar nuestra mente, a dividirnos del flujo continuo de la realidad. Meditar también para revelar un mundo interno, conservar energía y estar atentos a lo que sucede aquí y ahora, el único momento que realmente existe y en el cual se puede hacer algo.