Uno de los principios en común entre el budismo y la cábala y diversas tradiciones místicas es la noción esencial de que la dualidad es una ilusión (de hecho es la raíz de toda ilusion). Una divertida anécdota señala que el fílósofo y místico griego, Pitágoras, escupía al suelo cada vez que se encontraba con el número dos. La dualidad, sin embargo, permea todos los aspectos de nuestro universo interno y externo, desde nuestro lenguaje hasta la clara línea divisioria entre los objetos y mi ser. Creeemos, sin lugar a dudas, que los objetos que observamos son distintos a nosotros (que los percibimos) y que su separación es prácticamente irreconciliable. La filosofía mística nos diría que esto es así solamente porque estamos habituados a pensar que es así. Nuestra percepción de este objeto presente (por ejemplo la silla en la que me siento ahora) como algo separado de mí, es el resultado de un habituación constante que reifica hasta el más mínimo detalle a través de la conceptualización. Es decir, al definir algo, hacemos que ese algo se convierta en una cosa. Podríamos estar viendo sólo un patrón vibratorio o una serie de palos, pero nosotros conceptualizamos y decimos es una silla. David Chaim Smith habla sobre esto en su visionario libro The Blazing Dew of Stars:
"La dificultad nace de adherir una identificación conceptual a aquello que trasciende conceptos. Este es el hábito central de la percepción humana, la cual está basada en un reflejo que asume un ser que percibe en oposición a un objeto que es percibido. El golfo entre ellos es replicado a través de todo lo que la mente concibe, y el sujeto confronta todo un universo de objetos que acepta como diferentes a él. Esta división es aplicada a tanto a objetos externos aprehendidos a través de los sentidos como a objetos internos que la mente genera para consolidar su identidad ('Yo' confronto mis mis 'pensamientos y sentimientos). La división da forma a todos los hábitos cognitivos y por ello es responsable de sus resultados. Esto es, un universo fragmentado que sólo puede ser conocido a través del aislamiento y la extracción de datos, recolectado sin consideración de una unidad cohesiva. Esto produce caóticos y aleatorios universo externos e internos, y la falta de una significado unificado lleva directamente a la alienación personal y a la confusión existencial".
Chaim Smith explica que ciertas tradiciones místicas, como la Cábala (y en específico en la alquimia contemplativa Iy'yun) hacen que "los practicantes se entreguen a una paradójica unidad en la que la inmanencia y la trascendencia se fusionan más allá de toda lógica, y a través de la realización de ese misterio la separación se nulifica junto con su bagaje conceptual." En cierta forma todas las prácticas religiosas esotéricas tienen que ver con hacer que el individuo relaje su mente y se olvide de su propia identidad para que pueda acceder a una percepción no-conceptual de las cosas. Es en ese silencio interno, en ese vacío donde llega a ocurirr un atisbo de la no-dualidad, de la identidad entre el sujeto y el objeto, o como dicen en el budismo, entre el espacio y los fenómenos que emergen de él. Si seguimos esta dirección, resulta entonces que, ya que la ilusión y el sufrimiento surgen de la dualidad y la separación, la paz y la dich surgen de la unidad y la integración.
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