El miedo es una emoción humana que se detona cuando percibimos una amenaza. Es un mecanismo básico que nos ayuda a sobrevivir. Sin embargo, cuando las personas viven en un estado constante de miedo, ya sea debido a peligros en su entorno o cosas que perciben como amenazantes, el miedo puede volverse algo paralizante. Básicamente, cuando experimentamos miedo nuestro cuerpo libera hormonas que tienen diferentes efectos en el cuerpo. Por un lado, detienen o hacen más lentas ciertas funciones corporales que no requerimos para sobrevivir, como las relacionadas con el sistema digestivo. Por otro lado, agudizan aquellas funciones que sí necesitamos para librar el peligro, como la vista. También se incrementan los latidos cardíacos para aumentar el flujo de sangre que llega a los músculos, de tal manera que podamos correr más rápido. Finalmente, nuestro cuerpo secreta, asimismo, más hormonas en la zona del cerebro conocida como la amígdala, lo cual nos concentra en el peligro y lo guarda en nuestra memoria.
Con respecto a este último aspecto, vale la pena profundizar en el entendimiento de qué es lo que pasa a nivel cerebral cuando sentimos miedo, pues el hecho de que la amígdala se vea más estimulada cambia la forma en la que procesamos la información, suprimiendo algunos de los aspectos más fríos y racionales de nuestro ser. Esto es porque nuestro cuerpo intenta ayudarnos a reaccionar lo más rápidamente posible frente a una amenaza física, pero cuando la amenaza es psicológica, la pérdida de racionalidad es algo de lo que necesitamos ser conscientes.
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Por otra parte, cuando hay un exceso de actividad en la amígdala, el cerebro percibe los eventos como negativos y también los recuerda de esa forma. Además, el cerebro guarda todos los detalles que forman el contexto del peligro, tales como imágenes, sonidos, olores, clima, momento del día, etc. Con frecuencia estos recuerdos se quedan fragmentados, pero son sumamente duraderos, ya que se supone que debemos recordar cómo identificar posibles peligros para preservar nuestra vida. La dificultad viene de que cualquiera de los detalles contextuales que rodean a un evento traumático puede traer de vuelta esa sensación del miedo posteriormente, por lo cual, los miedos no resueltos pueden causar episodios de depresión clínica y estrés postraumático.
Así que una de las mejores cosas que podemos hacer si detectamos que hay miedos no resueltos que están mermando nuestra calidad de vida es buscar ayuda. Es bueno buscar apoyo de amigos y familiares, hablarles de lo que sentimos y qué es lo que nos está pasando, pero también es crucial que busquemos ayuda de un terapeuta calificado que pueda brindarnos herramientas para recuperar el control de nuestra vida.
Con información de Live Strong