Los gimnasios como los conocemos hoy comenzaron a existir de manera privada a principios del siglo XX, pero fue hasta la década de los 70 que organizaciones cristianas como la YMCA comenzaron a construir gimnasios públicos donde cualquier podía inscribirse. Fue durante la década de los 80 cuando realmente se pusieron de moda, después de que muchas celebridades comenzaron a asistir y a ser fotografiadas en ellos. Más o menos por esa época los gimnasios se llenaron de espejos en las paredes bajo la justificación de que era una forma de que las personas pudieran observar su postura y corregirla durante los ejercicios.
Sin embargo, un reciente estudio de la Universidad de Santa Clara, encabezado por el Doctor en Psicología Thomas Plante, demostró que las personas que se ejercitan frente a un espejo pueden llegar a sentirse ansiosas e incómodas. El ejercicio debería relajarnos, no ser un factor extra de estrés y los espejos en los gimnasios no están ayudando puesto que la mayoría de las veces no sirven para corregir los ejercicios sino para distraer e intimidar.
Es por ello que muchos gimnasios están optando por retirar los espejos de sus salones, sobre todo para practicar determinadas disciplinas como el Crossfint o el Pilates, ya que lo que se busca es un nivel de concentración físico y mental que no puede ser alcanzado si hay un espejo distractor. Afortunadamente, poco a poco hemos ido volviendo a la idea de que el ejercicio es una fuente de salud y bienestar, no una forma de exaltar el ego y la vanidad. Ejercitarnos nos ayuda principalmente a sentirnos mejor, lo de vernos mejor es un efecto secundario.