Durante el embarazo los bebés pasan días felices sin las preocupaciones ni responsabilidades que se adquieren al nacer (y ni hablar de cómo aumentan con la edad). ¿Sabías que lo mismo sucede con la microbiota? Mientras que el niño se encuentra en el vientre de su madre, no tiene microbiota, es decir, ninguna bacteria en su tubo digestivo. Es hasta el momento de nacer que el bebé obtiene numerosas bacterias del cuerpo de su madre y las convierte en su primera microbiota.

Cuando el recién nacido comienza a interactuar con el mundo, también presenta las primeras modificaciones en su microbiota. Por ejemplo, cuando el bebé entra en contacto con la piel de sus padres o conforme a la evolución de su alimentación durante los primeros años de vida.

Cuando los niños nacen por cesárea, la definición de su microbiota cambia ligeramente en comparación con el parto natural. Esto se debe a que el momento en que el bebé adquiere los microorganismos de su madre es justo cuando se rompe la membrana fetal. Los bebés que no nacen por parto natural son expuestos tardíamente a las bacterias de su madre. Esto no es necesariamente malo, la única diferencia es que se retrasa el modo de colonización de las bacterias de su aparato digestivo. Por ejemplo, las bifidobacterias (las cuales provienen principalmente del tubo digestivo y de la microbiana vaginal de la madre) se instalarán más tarde, pero todo formará parte de la normalidad siempre y cuando se mantengan las condiciones de higiene adecuadas.

Es curioso descubrir que un instante (el alumbramiento) pueda determinar parte de nuestra composición física. Sobre todo si recordamos que la microbiota nos acompañará por el resto de nuestras vidas. La buena noticia es que de acuerdo a nuestros hábitos alimenticios y de estilo de vida, todas las personas podemos modificar nuestra microbiota a lo largo del tiempo. Así que no se vale juzgar a nuestras madres por los malestares digestivos que podamos tener, y es que todos los días tenemos la oportunidad de comer bien y cuidar nuestra salud.