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Esta película te permitirá apreciar al tiempo como el mayor regalo

Julio 27, 2017

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En la vida nos encontraremos con más de una persona que de una u otra forma dejará huellas indelebles en nuestro ser. Entre todos esos personajes que serán parte de nuestra historia, hay dos que inevitablemente nos marcarán por sus enseñanzas, su poder de decisión sobre los primeros años de nuestra vida, su amor o incluso, en ciertos casos, por su ausencia: nuestros padres.

 

Cuando somos pequeños, solemos pensar en nuestro papá como un superhéroe, la persona que nos protege y siempre tiene las respuestas que nosotros no podemos encontrar. Nos acostumbramos a contar con su ayuda, consejo y apoyo, muchas veces hasta pasada la adultez. Pero, ¿qué pasaría si los papeles se invirtieran? Por lógica, sería imposible que alguien fuera mayor que su papá; sin embargo, la película Yo soy Sam cuenta una historia donde esto se hace realidad.

 

 

El protagonista es Sam Dawson (Sean Penn), un hombre de mediana edad que tiene una hija con una mujer indigente que lo abandona al salir del hospital, argumentando que “ella sólo quería tener un lugar donde dormir”. Sam podría ser como cualquier otro papá soltero del mundo, de no ser por un pequeño detalle: tiene la edad mental de un niño de 7 años. Contra todo pronóstico, logra mantenerse a flote con su empleo en una cafetería, el consejo de su amable pero ermitaña vecina y la ayuda de su peculiar grupo de amigos conformado por un paranoico, un hombre con síndrome de Down y un obsesivo-compulsivo. La receta para el desastre termina forjando una pequeña niña increíblemente tierna y perspicaz a la que Sam llama Lucy Diamond (Dakota Fanning) en honor a la canción de The Beatles, su grupo favorito.

 

Cuando Lucy cumple 8 años y empieza a superar la capacidad intelectual de su papá, las autoridades argumentan que Sam ya no es apto para cuidarla y deciden llevársela y buscarle un hogar adoptivo. Sam logra convencer a una de las mejores abogadas del país, Rita Harrington (Michelle Pfeiffer) de que lo represente sin cobrar. Además de lista y exitosa, Rita pasa todo el día trabajando, es neurótica, atraviesa por un reciente divorcio y tiene un hijo que apenas le dirige la palabra. Así es como el dúo más disparejo de la historia se embarca en un complicado juicio para recuperar la custodia de Lucy.

 

 

La película está muy lejos de ser una obra maestra del séptimo arte, aunque nos regala una de las mejores actuaciones de Sean Penn, que le valió la nominación al Óscar como mejor actor. La música y tributos visuales a The Beatles aderezan las situaciones graciosas o emotivas de la película, y el amor entre Sam y Lucy traspasa la pantalla conmoviendo profundamente al espectador. Más allá de los detalles técnicos, se trata de un filme construido por emociones; un tributo a los padres, esas personas que admiramos en nuestra niñez y detestamos en nuestra adolescencia pero que necesitaremos toda la vida.

 

 

Este drama familiar refleja dos partes de la moneda: la diferencia entre el tener y el ser. Hay personas que parecieran tener todo para ser los mejores padres (la preparación, el dinero, los recursos) y otras que a pesar de sus carencias, entienden lo más simple: el tiempo es el mayor regalo que puedes darle a un niño, porque una tarde de juego quedará grabada en su memoria más que 1 millón de juguetes. Puede que no existan padres perfectos, pues hasta los mejores cometen errores, pero como Sam dice: ser papá se trata de ser paciente, de escuchar y por encima de todo, de amar.

 

En este mundo acelerado y demandante, cada vez es más común que perdamos la línea entre trabajar para vivir y vivir para trabajar. La persecución del éxito pareciera una carrera sin final en la cual los corredores no tienen tiempo de admirar el paisaje porque están perdidos en la meta, que se aleja cuanto más se acercan. Hemos olvidado que hay momentos en la vida que si dejamos pasar, jamás recuperaremos.

 

 

Sam representa a esas personas que llegamos a subestimar porque creemos que no tenemos nada que aprender de ellas, sin saber que pueden llegan a darnos grandes lecciones. Como Rita le dice en la película: “He obtenido mucho más de esta relación que tú”. Porque aprender a amar y valorar es una de las lecciones más difíciles e importantes de la vida.

 

Yo soy Sam es una buena opción para ver en familia, pensar en todas esas personas a quienes les debemos parte de lo que somos hoy y recordar que al final, aunque el mundo necesita individuos inteligentes, preparados, capaces de resolver problemas, también necesita desesperadamente generosidad, inocencia, amor y, sobre todo, empatía.


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