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¿Por qué tememos tanto al fracaso si, en cierto sentido, el fracaso no existe?

Julio 29, 2016

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Todo de antes. Nada más jamás. Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.

Samuel Beckett, Rumbo a peor

 

Para muchos, una de las realidades personales más duras de la vida es el fracaso, un concepto quizá no del todo definido al que sin embargo se le reconoce sobre todo por el temor que inspira. Quizá sea un asunto generacional, porque tal pareciera que ahora la idea de fracaso es capaz de aterrar hasta el grado de paralizar, impedir un dejar hacer que es vital para la existencia.

 

Se teme fracasar en el amor, en los estudios, en el trabajo, en la vida misma, y entre temor y anticipación del fracaso, la persona termina por no hacer eso que, irónicamente, tanto se repite en las sociedades contemporáneas: “Solo hazlo”, “¡Atrévete!”, “¡Arriésgate!”.

 

¿A qué se debe ese temor? La respuesta no es sencilla. A veces se debe a una percepción muy elevada o de uno mismo o de las circunstancias alrededor, se cree que si se hace algo, es solo para obtener los laurales y la dorada pátina del triunfo y la victoria; en caso contrario, fracasar se traduciría en el deshonor y la vergüenza, ante uno mismo y los demás.

 

 

A veces también la idea de fracaso proviene de cierta ignorancia sobre ciertos procesos de la existencia. En esta generación, que crecimos en medio del bienestar y lo “ya dado”, tenemos poca o nula sensibilidad o conocimiento acerca de lo que se necesita para conseguir algo. Creemos que, como la ropa limpia y planchada que siempre estuvo ahí en nuestro clóset o la información a la que accedemos en un instante, todo tiene que estar aquí y ahora, completo, acabado, listo para consumirse. De otro modo, no lo queremos –como no queremos un video que tarda en cargarse, como no quisimos un juguete defectuoso.

 

Y quizá en esa ignorancia se esconda nuestra razón del miedo al fracaso. Podría decirse que tememos al fracaso porque no lo conocemos y, como alguna vez escribió Elias Canetti, a nada le teme más el hombre que a ser tocado por lo desconocido. 

 

Esto es una hipérbole, es cierto, porque no existe ser humano que haya transitado por la vida sin fracasar, no una, sino cientos de veces. Es solo que quizá no nos hemos tomado esos fracasos en serio; pensamos que fue nada más que un rechazo de la universidad, el “no” de una chica que te gustaba, un despido porque no le caías bien al jefe, perder la última oportunidad para concursar por una beca… nada más que eso.

 

Sin embargo, piénsalo: cada una esas situaciones fue un fracaso. Lo cual quiere decir al menos dos cosas: una, que ya has fracasado antes, y sigues aquí, entonces el fracaso no es tan terrible como crees. Y la segunda, que es necesario comenzar a pensar el fracaso como una circunstancia que nos dice algo de nosotros y nuestra existencia, que conlleva un mensaje no necesariamente de lección o moraleja como se le intenta ver en los discursos de superación personal, sino a propósito de nuestra propia vida: ¿Por qué perdimos un plazo? ¿Por qué te rechazaron de una escuela? ¿Por qué esa chica te dijo que no? ¿Por qué crees que no puedes tener lo que deseas? 

 

Ludwig Wittgenstein, el filósofo austríaco, escribió: “Si la gente no hiciera tonterías de vez en cuando, nada inteligente se haría nunca”.

 

Quizá sea momento de fracasar más, y preguntarnos qué nos dicen esos fracasos de nuestra propia vida.


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