Al observar a los animales, los humanos han encontrado en ellos diversos comportamientos como la fidelidad del perro, la nobleza del caballo, la previsión de la hormiga, etcétera. Todo lo que los animales hacen obedece a vivir en el presente, se las ingenian para vencer obstáculos, siguen su instinto y atienden lo importante en el momento que les toca hacerlo.
Diversos estudios recientes indican que desde la infancia, el sistema nervioso del ser humano responde favorablemente a la cercanía con los animales, en especial, la amígdala derecha, encargada de gestionar la respuesta emocional. Los animales revolucionan la química interna del ser humano con sólo aproximarse a ellos y tocarlos.
Según un estudio de la Universidad de Minnesota, contemplar el movimiento de los peces hace que disminuya la presión sanguínea, convivir con un gato reduce el riesgo de problemas cardiacos y acariciar a un perro estimula el sistema inmunitario. Además, se sabe que los animales provocan una reacción cognitiva capaz de desbloquear o disminuir la expresión de sentimientos de angustia.
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Aunque todavía hay muy poca información al respecto, la compañía de animales se ha utilizado de manera intuitiva en sanatorios y hospitales para reconfortar a los enfermos. El valor terapéutico se empezó a estudiar sistemáticamente en la década de 1950, cuando el psiquiatra Boris Levinson se percató de la reacción espontánea que le provocó su mascota a un niño autista en su primera consulta. "Para mi sorpresa, no se asustó, sino que abrazó al perro y comenzó a acariciarlo", escribió en su artículo "El perro como coterapeuta".
De acuerdo con Fran Miguel Reyes, maestro en medicina veterinaria, la convivencia con mascotas tiene un efecto positivo en la vida de la gente, porque ayuda a liberar neurotransmisores que producen bienestar. La mera presencia de los animales genera un ambiente de mayor confianza y seguridad.
Una mascota puede servir de puente en la comunicación del terapeuta con el paciente. En casos de demencia, las mascotas ayudan a la estimulación sensorial y en niños con trastornos de desarrollo, al control de sus impulsos.
Contemplar a los animales promueve la paciencia y la conciencia sobre la importancia del presente. Acariciar el pelaje de un gato, el caparazón de una tortuga o las crines de un caballo, relaja y estimula la segregación de endorfinas. Además, el vínculo con los animales promueve el respeto hacia los demás.
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