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El quinto paso a la felicidad: gracia

Mayo 03, 2017

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7 minutos de lectura

Todos tenemos una agenda. Nos planteamos una meta u objetivo a cumplir durante nuestra vida, trayectoria profesional, semana o día y, en el mejor de los casos, elaboramos un mapa para llegar a donde queremos. La mayoría de las veces estas rutas de acción son susceptibles de cambios a partir de eventualidades en nuestro camino, dispuestas para que aprendamos o, también, efectos de nuestras acciones y decisiones. Entonces ponemos en práctica la capacidad de adaptación, una de las cualidades que permiten medir nuestra inteligencia como especie.

 

Nos adaptamos, adaptamos nuestra agenda, nuestro entorno e incluso buscamos que los demás seres se adapten a nosotros. Aquí entra el conflicto. Al buscar el control absoluto del entorno, las agendas se tergiversan y la planeación clara cede al “maquinar” de la agenda oculta, un enramado de intrigantes historias por las que suele perderse la mente. A su debido tiempo, estas tramas se rompen o crean nudos que asfixian y acaban por afectar personas, relaciones y, claro, al autor de las mismas. Y todo comenzó con un pensamiento.

 

“Somos lo que pensamos”, dice el Buda Siddharta Gautama al inicio del Dhammapada. Los pensamientos son tan poderosos que cuando nos entregamos entusiasmados a ellos acaban por manifestarse en la realidad, transformarla y a nosotros junto con ella. Nuestra mente genera mil pensamientos por parpadeo, entre los cuales sólo ponemos atención a aquellos con los que “vibramos” más, acordes con la faceta por la que atraviesan nuestra mente y personalidad en cada etapa de nuestra vida diaria. Gracias al trabajo en equipo de intelecto, memoria, conciencia e intuición, podemos discernir antes de actuar y aplicar la voluntad de nuestra alma para tomar la mejor decisión posible... si nos damos el tiempo… Pero si no logramos detenernos a respirar, observar y sopesar los pensamientos, entonces se “tiñen” de un color específico según las emociones, sensaciones, apegos, deseos, acciones y reacciones que éstas generen, perdiendo su verdadera naturaleza, su estado de gracia. Este color se combina con otros pensamientos coloreados y forma el aura: la radiancia –u opacidad– proyectiva y protectiva que emite cada persona.

 

Veamos cómo funciona en la vida cotidiana:

Laura se despierta feliz y con ánimos de que este día sea EL día. Ha decidido fluir y dejarse llevar por esa armonía que ha encontrado al practicar yoga y meditación. Se prepara un jugo verde para iniciar su dieta de desintoxicación, sube al auto y escucha su playlist de mantras; genera todo un ambiente propicio para mantenerse “elevada”. Hasta que llega al embotellamiento de periférico. Un pensamiento de disgusto toca a la puerta. Lo detiene en el intelecto: no hay nada que pueda hacer; se levantó temprano porque previó este evento y va con tiempo hacia su destino. Entonces, un auto se le mete “a la mala”. Se libera un nuevo pensamiento que invita a reaccionar o dejarlo pasar.

 

Esta es la cadena de reacción:

Junto a la sensación de incomodidad vienen emoción, identificación y apego manifestados como humillación, enojo, sentimiento de competencia. Laura toca el cláxon, se le mete al auto contrario en venganza y para “enseñarle” que “a mí no me la hacen”. Alterados, el sistema nervioso y el endócrino de Laura envían información a todo el cuerpo: se genera estrés extra, los chakras están fuera de balance y una sensación de hambre la invita a comerse un chocolate para quitarle lo “amargo al momento”. ¿Y la dieta..? Laura salió de su centro. La intención del gran día, sus pensamientos de armonía y de aplicar lo practicado se ven distorsionados por un elemento externo. Hasta quitó los mantras y puso las noticias… La emoción se volvió conmoción, la mente se dejó impactar por la situación y el alma se dejó llevar por la mente. Laura generó acciones sólo en contra suya. ¿El otro auto? Siguió su curso...

 

Este es el ciclo de la no reacción:

Laura sabe que el verdadero campo de acción para el yoga, la meditación o cualquier tecnología sagrada es la vida cotidiana. Toma esta circunstancia como un reto, una oportunidad de crecimiento y aprendizaje; una bendición. Inhala/exhala. Gracias a la respiración y/o a un mantra llega a un espacio de neutralidad donde encara la emoción o sensación desagradable ocasionada por un acto inconsciente del otro. La deja pasar. Identifica que no es ella sino el otro quien tiene un problema, por lo que no le permitirá modificar su estado de ánimo, conciencia y salud. Si el otro se quiere enojar, que lo haga. Ella es plenamente consciente de su educación, su centro, su bienestar. Deja pasar sus pensamientos sin identificarse con ellos: son sólo reacciones matizadas de un tono que no es el suyo. Decide conservar su color originario, su pureza. Vuelve a inhalar y exhalar. Contacta ahora con una visión compasiva: el otro se encuentra en una situación límite al grado de la inconciencia, pero en el fondo también hay algo de luz. Entonces Laura le desea en silencio que llegue con bien a su destino. Hoy Laura se ganó a sí misma, a los pensamientos, a su karma y, sobre todo, supo equilibrar su mente, cuerpo y alma. Al saber actuar de acuerdo con su divinidad conservó su estado de gracia, el quinto paso a la felicidad.  

 

Vivir en estado de gracia es vivir sin agendas secretas. Renunciar a las intrigas mentales que se tornan emociones rapaces, aprisionan el intelecto, lastiman el corazón y oscurecen el alma. Es no dar cuartel al miedo y la venganza, haber desarrollado una presencia, una proyección y aura tales que te permiten identificarte sólo con tu esencia, sin variaciones de tono ni ruido en la armónica melodía de tu existencia.

 

Actuar con gracia es borrar todo tipo de barrera o hueco en la comunicación entre tú y el otro. Lo que quieres decir, eso significa y eso se entiende. La gracia nos da claridad en el actuar, sentir y pensar. Escuchas con sinceridad y te expresas con honestidad. Esta actitud nos pone en una disposición para poder ver las cosas como son, aceptar los sentimientos y las emociones sin dotarlas de una excesiva carga de interpretación, sobrevalorarlas o hiperintelectualizarlas. Si A le dice a B que lo quiere, eso es verdad, ¡qué alegría! Pero si B quiere pensar que A daría la vida por él sólo porque lo quiere, eso se llama fantasía.

 

La gracia nos permite vivir despiertos en el presente, valorar el peso de cada palabra y el sentido de cada acción con responsabilidad, respeto y libertad. Vivir en gracia es vivir plenos de nosotros y de la Creación. Entonces podemos entender el saludo del ángel a la Vírgen María: “Llena eres de gracia”. Si queremos recibir buenas nuevas, entonces nos toca ser testimonios vivientes de buenas nuevas para nuestros semejantes y nuestro mundo. “Somos lo que pensamos”. Que podamos vivir llenos de gracia, en un estado de gratitud y felicidad constantes por sentirnos vivos.

 

Sat Nam.

 

Para practicar esta semana:

Una vez por día identifica una situación en la que reaccionarías. Respira. No reacciones.

 

Para conocer los tres pasos previos a la felicidad entra a:

Siete pasos a la felicidad 1: el compromiso 

El segundo paso a la felicidad: el carácter

El tercer paso a la felicidad: la dignidad

El cuarto paso a la felicidad: la divinidad


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