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Sobre la importancia de llevar una dieta informativa y consumir contenido de calidad

Diciembre 18, 2016

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7 minutos de lectura

El ser humano nunca antes había estado tan expuesto a los estímulos de la información --este es quizás uno de los aspectos que definen a nuestra civilización, la exposición a la tecnología y a la información. La información en sí misma no es ni buena ni mala. Por una parte tiene el potencial de transformarse en conocimiento e incluso en sabiduría, pero por otra tiene la posibilidad de producir más ignorancia, confusión y conflicto.

 

El internet ha transformado radicalmente la forma en la que consumimos información, al mismo tiempo haciendo posible acceso a cursos, estudios, investigaciones y contenido científico, artístico, filosófico y político capaz de empoderar e inspirar a las personas, a la vez que inunda y satura los canales tradicionales en los que se interactuaba con lo que se ha llamado chatarra informativa (una especie de junk food de la mente). Esto se debe en gran medida a que lo que antes se llamaba el "ciberespacio" se ha construido más como un mercado que como una universidad, por lo cual el ambiente en el que nos movemos está programado con la finalidad principal de capturar la atención de los usuarios para generar ganancias económicas y, en mucho menor medida, para hacer llegar información de calidad sin una agenda ulterior. Evidentemente, el internet es inmenso y contiene preciosos tesoros culturales y contenido de la más alta calidad; sin embargo, es necesario ser conscientes de que la mayoría de las personas limita su experiencia en línea a una pequeñísima porción de ese universo informativo que es la web. Asimismo, por la gran cantidad de sitios que existen y la gran facilidad con la que se sube información hay un menor control de calidad del que existía, por ejemplo, en los medios tradicionales en los que se tenía un consejo editorial y los contenidos solían ser producidos por expertos. 

 

Evidentemente los sitios más populares no necesariamente son los de mayor calidad, especialmente porque hoy en día la mayor parte del tráfico en línea proviene de Facebook. Esto ha hecho que los sitios de noticias optimicen su contenido mayormente para el algoritmo de Facebook y los hábitos de consumo de sus usuarios, los cuales suelen preferir títulos e imágenes sensacionalistas o de fácil lectura (algo que va muy bien con el uso de los smartphones). A la par, la forma en la que está programado el algoritmo de Facebook hace que los usuarios vivan en lo que se ha llamado "burbujas de filtro", esto es, que sólo estén expuestos a un cierto tipo de contenido que refuerza sus propias creencias y los mantiene aislados de contenido que desafía su concepción de la realidad. (Esta ha sido una de las explicaciones que algunos teóricos de medios han encontrado para analizar por qué para muchos fue una sorpresa tan grande que ganara Donald Trump: los simpatizantes de Hillary Clinton no se encontraban en las redes sociales con casi ningún post de personas apoyando a Trump, y viceversa. Todos estaban en su propia burbuja polarizada).

 

El escritor Charles Eisenstein, en su libro Sacred Economics, hace un diagnóstico de lo que puede llamarse la alienación moderna de la información basura (o algo así):

Nosotros, en las sociedades más acaudaladas, tenemos demasiadas calorías incluso al tiempo que estamos famélicos por comida hermosa y fresca; tenemos casas demasiado grandes pero carecemos de espacio para realmente encarnar nuestra individualidad y conectar con los demás; los medios nos rodean en todas partes, mientras que estamos famélicos por auténtica comunicación. Se nos ofrece entretenimiento cada segundo del día pero carecemos de la oportunidad de jugar. En el ubicuo reino del dinero, tenemos hambre de lo que es íntimo, personal, único. Sabemos más de las vidas de Michael Jackson, la princesa Diana y Lindsay Lohan de lo que sabemos de nuestros vecinos y el resultado es que ya no conocemos a nadie ni somos conocidos por alguien realmente.  

 

En un libro del 2012, The Information Diet: A Case for Conscious Consumption, Clay Johnson argumenta que "al igual que una mala dieta nos produce una gran variedad de enfermedades, una mala dieta informativa produce nuevas formas de ignorancia --ignorancia que no viene de falta de información, sino de exceso de consumo". Este parece ser un  problema esencial en muchas sociedades occidentales, ya no la carencia de información sino el exceso de información e información de mala calidad, algo que espejea lo que ocurre en sociedades como la estadounidense y la mexicana con la comida chatarra y el problema del sobrepeso. 

 

El problema del consumo de la información chatarra es que así como "somos lo que comemos" también "somos lo que leemos" (o lo que vemos); nuestros pensamientos y  nuestro propio contenido mental son el resultado de la información a la que nos exponemos. Los programas programan.

 

Dice Johnson:

De la misma manera que las compañías de comida chatarra aprendieron que si quieren vender mucha comida barata deben llenarla de sal, grasa, azúcar --lo que las personas ansían--, las compañías de medios aprendieron que la afirmación vende mejor que la información. ¿Quien quiere escuchar la verdad cuando pueden escuchar que tienen razón?

 

Aquí yace parte del problema que enfrentamos en la actualidad, en lo que el documentalista Adam Curtis ha llamado la "era de la posverdad". Hoy en día, en una sociedad hiperindividualista, las personas prefieren quedarse cómodamente con la información que de manera personalizada complace sus deseos, miedos y creencias, es decir que los afirma, que cuestionar y de manera activa buscar qué es lo que está pasando en el mundo, acaso mirar fuera de su burbuja.  

 

Johnson sugiere que es necesario crear un relación más sana con la información, utilizando estrategias para implementar hábitos de mayor selectividad y discriminación.

 

Para desarrollar esta inteligencia discriminatoria, que es el equivalente no sólo a saber que la comida chatarra es poco sana sino a tener las capacidad de resistirnos a sus tentaciones desarrollando estrategias para hacerlo, resulta útil regresar a los clásicos. En teoría de medios uno de los clásicos sin duda es Marshall McLuhan, quien acuñó la frase "el medio es el mensaje". McLuhan señalaba que cada nuevo medio genera un nuevo ambiente que absorbe a la sociedad de una manera tan acelerada que ésta adopta completamente el nuevo medio sin conocer bien las consecuencias que tiene en su cognición o percepción del mundo. McLuhan exhortaba a mirar cómo cada medio, al mismo tiempo que "amplifica" nuestros sentidos, también los "amputa". Así, por ejemplo, podríamos mirar las redes sociales y preguntarnos qué es lo que extienden y qué es lo que limitan o reducen. ¿Tenemos más amigos pero menos interacciones profundas?, ¿sabemos sobre muchas cosas, pero profundizamos en poco?

 

Igualmente deberíamos preguntarnos cómo afectan los algoritmos de Facebook, Google y Amazon nuestro consumo de información, nuestra imagen de la realidad y nuestra toma de decisiones, así que lo básico que debemos hacer es investigar un poco cómo funcionan estos algoritmos. 

 

Por último es importante, ya que somos conscientes de que la información de poca calidad pulula en las redes sociales, intentar postear sólo contenido que consideremos que promueve el crecimiento de las personas --o, al menos, que está realizado con gran calidad e inteligencia. En esto todos somos responsables de cultivar un medio ambiente informativo sano. 

 

Si crees que todavía no has desarrollado esa "inteligencia discriminatoria" y te serviría un poco de ayuda, esta extensión de Chrome te avisa cuando estás entrando a una página cuyas fuentes son dudosas (es decir, es una alerta de noticias falsas).


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