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Sobre la ilusión de que algunas personas merecen ser amadas y otras no

Marzo 30, 2017

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Es común que los individuos dividan a las demás personas en aquellos que son dignos de ser amados y aquellos que no. Personas que son buenas, valiosas, deseables y otras que no. Más que mostrar las cualidades de la persona a la que se atiende, en esto se reflejan sobre todo los prejuicios y conceptos del que extiende su mirada y su juicio. Aquí yace uno de los principales errores de percepción que soportan un estado general de confusión y enemistad o, en otras palabras, un mundo en el cual lo que predomina no es el amor sino el egoísmo.

 

En realidad, lo que hace que una persona sea amable es, simplemente, que la amemos. El predicamento no radica en las bondades de este o aquel individuo, sino en nuestra capacidad de amar a los otros y no exigirles que se ajusten a nuestra imagen de lo digno y desable. Lo dice con gran claridad el monje trapense y poeta místico Thomas Merton:

 

Nuestro trabajo es amar a los demás sin detenernos a indagar si son dignos o no lo son. Eso no nos concierne y, de hecho, no es asunto de nadie. A lo que se nos llama es a amar, y este amor nos hará dignos tanto a nosotros como a nuestros prójimos.

 

Las palabras de Merton nos hacen mirarnos en el espejo y preguntarnos si lo que vemos no es una proyección de nosotros mismos, si no estamos atados a nuestra propia imagen y a nuestra propia constricción de la realidad. "El comienzo del amor es dejar que aquellos que amamos sean perfectamente ellos mismos, la resolución a no torcerlos para que encajen en nuestra propia imagen", dice Merton. Si sólo amamos a los demás por su potencial o por el reflejo de cosas que nos gustan de nosotros o incluso aquello a lo que tememos y queremos ocultar (en una transferencia) y que vamos proyectando en el mundo, entonces realmente no amamos.Y esto es la triste realidad que predomina en el fondo de lo que llamamos "amor", una fantasía, un cliché andante, un subterfugio... Es por ello que el amor es necesariamente el fruto de la sabiduría (que sabe que el egoísmo es la más crasa ignorancia) y de la desnudez espiritual que es capaz de olvidarse a sí misma. Como dijo el maestro zen Dogen: "Conocerse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es ser actualizado por la totalidad". 

 

Por último, cabe mencionar que aquellas personas que la sociedad considera generalmente indignas del amor y merecedoras del castigo son las que más amor y compasión necesitan, ya que son justamente las más ignorantes en tanto que actúan sin amor y, a fin de cuentas, al obrar en contra de los demás actúan en contra de sí mismas. El mal, nos enseñan en sus aspectos más profundos y esotéricos las diversas religiones, no tiene una existencia absoluta, no tiene realidad sustancial, no es más que una manifestación de la ignorancia. La ignorancia que lleva al odio, al miedo, a la violencia, sólo puede ser curada o combatida con el amor (que es la sabiduría en acción).


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