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TESTIMONIO: Cómo ha cambiado la maternidad la relación con mi cuerpo

Abril 08, 2016

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La maternidad es una experiencia que trastoca todos los aspectos de la vida de una mujer; no todas las mujeres desean ser madres, pero quienes así lo deciden se ven envueltas en una serie de cambios físicos, emocionales y sociales que jamás se imaginaron. Primero que nada es importante aclarar que, a pesar de que los medios e incluso las personas que nos rodean (principalmente otras madres) intenten decirnos lo contrario, no existe tal cosa como una maternidad única que todas las mujeres viven del mismo modo, existen "maternidades", tantas y tan distintas como mujeres que también son madres. 

 

Una parte fundamental de la experiencia de la maternidad es la relación que establecemos con nuestro cuerpo durante el embarazo y después del parto. Sí, es un tema que definitivamente se puede abordar desde el body positive, es decir, podríamos conformarnos con repetir una vez más que debemos aceptarnos tal como somos y amar nuestros cuerpos con todas las imperfecciones que puedan tener, causadas o no por la maternidad. Sin embargo, las mujeres que han tenido hijos saben que se trata de algo mucho más complejo que eso. La figura que vemos en el espejo es sólamente una de las muchas formas en las que nos relacionamos con nuestro cuerpo, porque, aunque muchas veces parezca lo contrario, no todo en esa relación pasa por la imagen; también involucra la manera en que vivimos nuestra sexualidad, la manera en que nos sentimos independientemente de cómo nos veámos y la manera en la que elegimos representarnos.

 

El cuerpo de las mujeres en un espacio que se halla constantemente en disputa, existe una campaña mediática y mercadotécnica constante que tiene como finalidad la insatisfacción femenina. La mayoría de las mujeres no se sienten lo suficientemente hermosas, sexys o saludables y tanto la industria como las estructuras sociales más tradicionales se benefician de ello. Hablar de body positive no es tan sencillo cuando los cuerpos femeninos viven bajo un constante escrutinio. Conocidos y desconocidos se sienten con derecho a juzgarlos, calificarlos e incluso tocarlos sin ningún tipo de consentimiento, por lo que la mayoría de las mujeres tienen que hacer un esfuerzo por "adueñarse" de su propio cuerpo: conocerlo, aceptarlo, protegerlo y hasta defenderlo.

 

Este fenomeno se agudiza después de dar a luz, pues todo a nuestro alrededor se trata de "recuperar" el cuerpo o la figura como si nos hubiera sido robada o arrebatada. La sociedad premia a las madres que "se ven muy bien, ni parece que tuvieron un bebé", mientras que compadece/aconseja/margina a las que se "descuidaron". En medio de todas estas exigencias, las madres tienen que reconstruir o replantearse la relación que tienen con sus cuerpos y esa tarea no siempre resulta sencilla. Este espacio pretende darle un lugar a esas experiencias.

 

Hemos pedido a diversas mujeres que compartan sus testimonios de maternidad y cómo ésta las hizo percibir de manera distinta sus cuerpos para publicarlos en dos entregas. A continuación, la primera de ellas:

 

 

Después del parto le encontré un gran defecto a mi cuerpo, no estético, sino, digamos, de uso: no pude amamantar a mi bebé aunque era mi sueño hacerlo: no me "bajó" la leche (¿o se dice "subió"?, nunca me quedó claro si subía o bajaba), hasta después de nueve días y cuando mi hijo intentaba buscar mi pezón no podía porque, ¡oh sorpesa!, no tenía los pezones marcados. Intenté "formarlos" (como los libros, sí) con una jeringa y con el tira leches, pero ninguna de las dos cosas funcionó, así que me sacaba las tres gotas que me salían con el tira leches eléctrico y se las daba en un biberón. Tenía tan poca leche que sólo me pude sacar dos semanas. Pinches chichis. Alguna vez mi mamá me había dicho que ella casi no había tenido leche y yo le contesté que seguro algo había hecho mal porque todas las mujeres tienen leche. Después de mi experiencia le pedí perdón por haber juzgado la suya con tanta ligereza y sin derecho, sin ningún derecho. Algo aprendí.

 

Laura, Ciudad de México

 

 

 

Recuerdo un sueño que tuve a los diecinueve años. Mi reflejo desnudo me habló desde un espejo antiguo y me dijo: “no quiero tener un cuerpo sin consecuencias”. Mientras repetía esa frase, comenzó a aparecer un dibujo en mi muslo derecho que se extendió hacia mi vientre, flores y arabescos desde el tobillo hasta el ombligo.

 

Los veintes fueron tiempos malos para mi cuerpo. Cada superficie reflejante era un pretexto para encontrar grasa desalineada, senos demasiado pequeños, muslos flácidos aquí y firmes por allá, una nariz infotografiable en pleno reino de la selfie. Nunca lo suficientemente liso, nunca lo suficientemente blanco o bronceado. No lo sabía entonces, pero trataba a mi propia carne como un objeto decorativo. Algo para agradar, para adecuarse, para ganar el premio de ser vista y eventualmente tocada. Mi cuerpo no era mío, era de otros.

 

Curiosamente, prestar mi cuerpo para un otro que resultó ser muy mío, me trajo el inesperado obsequio del asombro hacia mis propias capacidades biológicas. Del asombro, vino una reverencia hacia la piel rota, las ojeras, la cicatriz chueca de la cesárea, el útero incompleto que gestó como desafío. Como en el sueño, me cubrí de arabescos y flores.

 

Esthela Arredondo

 

 

 

 

Foto: Diana Fajardo

 

 

 


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